Gracias a una inteligente campaña publicitaria, a una meteórica carrera por diversos festivales de prestigio y al espléndido currículum de su director, Los Cronocrímenes alcanzan un punto de expectación inusual en una película española. Expectación que gracias a un perfecto rompecabezas en forma de guión, no se convierte en un peldaño inaccesible para Nacho Vigalondo. Este cántabro de espíritu chanante ofrece al espectador la película más arriesgada del año, una obra de ciencia ficción en el que se entremezclan el espíritu más puro de la serie Z, con los aspectos más comunes de la ciencia ficción adulta, donde la simpleza de escenarios, personajes y acciones, es la pieza clave de un imprevisible puzle con el que el espectador disfrutará de principio a fin.
Los Cronocrímenes no supone solo una ruptura con los moldes del cine patrio, sino va más allá, estableciendo un acercamiento realista al subgénero de los viajes en el tiempo, a la vez que traza una compleja línea temporal llena de pistas y pruebas que el espectador irá reconstruyendo a medida que avanza la trama sin caer en la incompresibilidad de Primer. Esto permite jugar al prestigioso cortometrajista con el enigma de quién va fue antes ¿La gallina o el huevo?
En definitiva, Vigalondo demuestra que aun existe esperanza en ese caos que denominamos cine español.