miércoles, 13 de febrero de 2008

Crítica de 30 días de oscuridad


En los últimos destellos de la guerra fría, el género de ciencia ficción de serie B alcanzó su cima, con películas que con el paso del tiempo se convertirían en joyas de culto. Un género que vio desde esta cima su extinción, siendo sustituido por un cine donde lo digital remplazaba a lo real. 30 días de oscuridad supone un regreso aquello, a ese cine donde el entretenimiento estaba por encima de lo coherente. Pero aun así, este retorno se queda a medio gas.
Con una historia digna del mejor Carpenter, nos cuenta la historia de un tranquilo pueblo de Alaska, que cada invierno se sumerge en la noche a lo largo de todo un mes, 30 días sin la luz del día. Esta situación es aprovechada por un grupo de vampiros para saciar su apetito.
El director, David Slade y el productor, Sam Raimi, adaptan una, aparentemente simple, novela gráfica, arriesgando se de forma innecesaria, y es que sustituyen la esencia visual del cómic, en favor de un estilo más vulgar, pero a su vez, efectivo. Pero el problema de la película no recae en este campo, sino más bien, en el guión, donde la presentación de los vampiros no está a la altura de lo esperado, los personajes no resultan atractivos y a pesar de su excelente final, termina cayendo en lo tópicos. Aun así, el diseño de producción, y sobre todo, la caracterización de los vampiros, merecen un aplauso. En definitiva, para todos aquellos nostálgicos que los filmes de acción-ciencia ficción del siglo XXI no les llena el tremendo vacío dejado por películas como Depresador, Aliens, o la Cosa.

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